Padre adolescente
Convertirse en padre suele ser abrumador y desencadena sentimientos de total inadecuación e inexperiencia. Esto puede ser cierto tanto para los padres primerizos con un recién nacido como para los padres cuyo hijo ha entrado en la adolescencia y, de repente, una nueva persona habita el cuerpo de su hijo.
La dinámica familiar y la relación con los cuidadores principales son increíblemente influyentes en la vida de las personas. Sin duda, son las más influyentes en la vida de un bebé. Durante los primeros años de la vida de un niño, sus comportamientos externos, así como su mundo interior, están modelados por la observación y la interacción con sus cuidadores principales. A lo largo de la vida, hasta la adolescencia, las experiencias externas -la escuela, las amistades y las relaciones románticas- también influyen en el desarrollo de la identidad, incluidos el carácter, la personalidad y las tendencias.
Modelización de comportamientos
La mayoría de los padres hacen todo lo que pueden para criar a sus hijos y servirles de modelo positivo. Sin embargo, a menudo muchos padres no son conscientes de sus propios traumas, defensas y experiencias adversas de la infancia. La paternidad tiene el gran poder de desencadenar heridas emocionales del pasado. Estas heridas influyen, sobre todo inconscientemente, en el estilo de crianza, desde las respuestas más básicas al comportamiento del niño hasta la forma de expresar el amor, la ira y las emociones en general.
En la crianza de los hijos, la aparición de experiencias con carga negativa debe utilizarse como señal de alarma. Los padres suelen reaccionar con ira o frustración ante incidentes concretos porque el cerebro les protege inconscientemente de los sentimientos de añoranza, celos o humillación que sentían de niños.
Si utilizamos la ira o la frustración como señales de que necesitamos investigar nuestra infancia, podemos empezar a trabajar para abandonar esas reacciones negativas exageradas y, en su lugar, empatizar con nuestros hijos. El objetivo es convertirnos en padres considerados y conscientes, y proporcionar un entorno óptimo para que el niño se convierta en una persona madura y funcional.
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Este entorno óptimo no está ligado a una estructura familiar específica, lo que significa que no hay mucha diferencia entre criar a un niño en una familia nuclear o con padres separados. De hecho, más del 25 % de los niños del Reino Unido se crían en un hogar monoparental.
Las investigaciones demuestran que la estructura familiar apenas influye en el desarrollo emocional o el rendimiento escolar de una persona una vez que se tienen en cuenta los antecedentes socioeconómicos, como la situación económica del hogar y el nivel de estudios de los padres.
Si la estructura familiar no determina un entorno óptimo, ¿qué lo hace? El entorno optimo es un concepto mucho más flexible de lo que podría parecer. Se refiere simplemente a la calidad de las relaciones con las que vive y crece un niño. La más importante de estas relaciones es con las personas con las que comparte su hogar, junto con un pequeño círculo de relaciones cercanas. Estas relaciones deben ser fuertes, íntimas y gratificantes, influyen en cómo los niños y adolescentes se sienten consigo mismos y cómo interactúan con los demás y, por lo tanto, son cruciales para su salud mental y emocional. Por eso, por ejemplo, sería ideal que los padres solteros mantuvieran una relación civilizada con el coparental. Denigrar, faltar al respeto y menospreciar al coparental delante de sus hijos puede tener un efecto muy negativo en ellos. La forma en que uno retrata al otro, los padres, repercute en la visión que los hijos tienen de sí mismos. Al fin y al cabo, la identidad de los hijos está ligada a ambos progenitores, aunque uno de ellos esté ausente. Al menospreciar a la pareja, se menosprecia indirectamente una parte del niño.
Por supuesto, en cualquier situación de convivencia es vital resolver los conflictos de forma sana. Más que deteriorar el ambiente, las discusiones malsanas y no resueltas pueden hacer que el niño se sienta cohibido, incluso deprimido; una suposición común es que ellos son la razón de la disputa. Es importante recordar que, a pesar de que los adolescentes poseen un pensamiento crítico y capacidad de razonamiento, su cerebro aún no está completamente desarrollado, además, la adolescencia es un periodo de grandes cambios, en el plano físico, emocional y de funcionamiento.
El modelo de las discusiones sanas empieza por la comunicación de sentimientos entre los padres, el reconocimiento de los sentimientos y la resolución de un problema cada vez. El objetivo debe ser resolver el problema y no ganar a la otra persona. Cómo se modelan estas situaciones difíciles en la infancia, crea la base para la futura dinámica familiar y la resolución de conflictos durante la adolescencia. En una casa donde los gritos y la agresividad fueron modelados como la forma en que se resuelven los conflictos padres-adolescentes, es probable que también sea agresiva y acalorada.
Un deseo universal de los seres humanos es que sus sentimientos sean comprendidos y reconocidos. Si un padre niega los sentimientos de un hijo, éstos no desaparecen. Los niños simplemente aprenden a reprimirlos y ese es un hábito extremadamente dañino.
La forma en que los padres representan y responden a la visión del mundo de sus hijos hará que éstos desarrollen su propia forma de poner a prueba y reconocer su realidad. Hacer saber al adolescente que, como padres, reconocemos sus sentimientos sin juzgarlos puede ser suficiente para que se sienta reconocido y empiece a tratar esos sentimientos de forma generativa.